La salud mental infantil se ha convertido en un tema de creciente preocupación en la sociedad actual. Sin embargo, la forma en que se aborda este tema a menudo oscila entre dos extremos peligrosos: la negación del sufrimiento infantil y su exhibición sin el contexto adecuado. Esta dualidad plantea interrogantes sobre cómo los adultos pueden y deben actuar como guías en el proceso de acompañar a los niños en sus experiencias emocionales.
La narrativa que rodea la salud mental infantil a menudo se presenta como una epidemia emocional. Por un lado, se busca una niñez idealizada, libre de traumas y sufrimientos. Por otro, se expone a los niños a un dolor crudo, sin el acompañamiento necesario. En este contexto, el sufrimiento infantil se convierte en un fenómeno descontextualizado, donde se silencia o se convierte en un espectáculo consumible. La realidad es que, en ambos casos, el dolor no se escucha ni se procesa adecuadamente.
### La Ética del Cuidado en la Salud Mental Infantil
Es fundamental establecer una ética del cuidado que recupere el papel del adulto como garante del bienestar emocional de los niños. Ser un adulto responsable no significa controlar o corregir las emociones de los niños, sino ofrecer un espacio seguro donde puedan expresar su dolor y angustia. La docuserie «Malas influencias» ilustra este fenómeno, mostrando cómo las redes sociales pueden transformar la infancia en contenido viral, donde las sonrisas y la felicidad a menudo ocultan realidades más oscuras, como contratos abusivos y silencios que perpetúan el sufrimiento.
Hoy en día, el sufrimiento infantil es a menudo malinterpretado como una falla o un exceso que debe ser corregido rápidamente. Se premia la euforia forzada y se minimiza la tristeza o la angustia, creando un mandato de corrección emocional que es particularmente cruel para los más jóvenes. Cuando un niño se angustia, se espera que se calme de inmediato; si revive un trauma, debe superarlo rápidamente. Este enfoque no solo es ineficaz, sino que también puede ser dañino, ya que no permite que el niño procese sus emociones de manera saludable.
La salud mental no debe ser vista como un estado ideal, sino como un proceso continuo y relacional. Cuando un niño experimenta trauma, duelo o miedo, no siempre hay una enfermedad que diagnosticar; a menudo, lo que se necesita es tiempo y un espacio seguro para que esas emociones sean escuchadas y validadas. La presión por resolver el dolor rápidamente puede llevar a la patologización de experiencias que, en realidad, son parte del desarrollo humano normal.
### La Necesidad de Escuchar y Acompañar
El verdadero desafío radica en encontrar formas efectivas de apoyar a los niños en su proceso emocional. A veces, lo que un niño necesita no es una técnica o una solución rápida, sino simplemente la presencia de un adulto que esté dispuesto a escuchar sin juzgar ni apresurar. Este acto de estar presente puede ser el mayor regalo que un adulto puede ofrecer a un niño en momentos de sufrimiento.
La salud mental infantil no se trata de eliminar el conflicto o de crear un ambiente donde los niños sean siempre felices y funcionales. Se trata de permitirles transitar el dolor, de darles las palabras y el tiempo necesarios para expresar lo que sienten. La frase de Freud que dice que una persona sana es aquella que puede amar y trabajar se puede aplicar aquí: un niño debe sentirse querido, cuidado y respetado, sin la necesidad de ocultar su dolor para ser aceptado.
En este sentido, es crucial que los adultos comprendan que el sufrimiento infantil no debe ser silenciado ni expuesto sin el contexto adecuado. La salud mental no es una promesa de felicidad, sino un proceso de elaboración y reconocimiento de las emociones. Lo que no se elabora puede dejar huellas profundas, y lo que se maquilla sin procesar puede enquistarse en el cuerpo y la mente.
La salud mental infantojuvenil debe ser entendida como un viaje, no como un destino. Los adultos tienen la responsabilidad de crear un entorno donde los niños puedan explorar sus emociones sin miedo a ser juzgados o corregidos. Esto implica un cambio de paradigma en la forma en que se aborda el sufrimiento infantil, desde la patologización y la medicalización hacia un enfoque más humano y compasivo que priorice la escucha y el acompañamiento.