En un mundo cada vez más digitalizado y acelerado, la práctica de compartir comidas se ha convertido en un acto casi olvidado en muchas sociedades. Sin embargo, un reciente informe del World Happiness Report 2025 destaca la importancia de comer acompañado, sugiriendo que este simple acto puede ser tan crucial para el bienestar como el empleo o los ingresos. La comensalidad, o el acto de compartir alimentos, no solo nutre el cuerpo, sino que también alimenta la conexión social y emocional entre las personas.
La historia de la comida en familia
A lo largo del siglo XIX, la comida en familia se estableció como un pilar cultural en Estados Unidos, especialmente entre las clases medias. Durante la primera mitad del siglo XX, la televisión y la publicidad promovieron la imagen de la familia nuclear reunida en la mesa a la hora de la cena. Sin embargo, con la urbanización, los cambios en el mundo laboral y la digitalización, este modelo ha comenzado a desvanecerse. Los turnos rotativos en fábricas, la expansión suburbana y las reuniones virtuales han fragmentado el acto de comer, convirtiéndolo en una actividad solitaria.
Megan Elias, directora de programas de estudios alimentarios en la Universidad de Boston, señala que los humanos han comido juntos históricamente por razones de eficiencia energética y organización social. Sin embargo, más allá de su función práctica, la comensalidad representa lo que ella llama «el pegamento de la vida diaria». La desaparición de esta práctica conlleva un alto costo emocional, ya que se pierden los vínculos cotidianos que fortalecen nuestras relaciones.
Beneficios neuroquímicos de comer en grupo
Investigaciones recientes han demostrado que compartir comidas activa el sistema de endorfinas en el cerebro, lo que está relacionado con la oxitocina y la dopamina, neurotransmisores que fomentan el afecto, la confianza y el placer. Estudios publicados en revistas científicas han encontrado que los adultos mayores que participan en comidas comunitarias experimentan una notable reducción de la tristeza y la soledad. Por otro lado, los adolescentes que comparten la mesa familiar regularmente muestran menos síntomas de ansiedad, estrés y depresión.
En el sur de Europa y otras regiones, la comensalidad aún conserva su carácter ritual. En Turquía, por ejemplo, el rakı sofrası reúne a amigos y familiares en torno a platos pequeños y largas conversaciones. Este fenómeno, definido por antropólogos como comensalidad, no solo alimenta el cuerpo, sino que también construye identidades individuales y colectivas. Fabio Parasecoli, profesor en la Universidad de Nueva York, sostiene que la ausencia de estas prácticas conlleva consecuencias emocionales profundas.
Recuperando el valor de la comida compartida
Ante la creciente crisis de conexión social, diversas iniciativas están surgiendo para recuperar el valor comunitario de la comida. Urbanistas y responsables de políticas públicas están proponiendo desde cocinas comunes en complejos habitacionales hasta reformas que fomenten pausas colectivas en el entorno laboral. Además, han surgido clubes de cenas y plataformas digitales que conectan a desconocidos dispuestos a compartir una comida casera. Aunque estas propuestas adoptan nuevas formas, todas coinciden en un mensaje claro: la mesa, en su sencillez, sigue siendo uno de los instrumentos más poderosos para tejer comunidad.
Comer con otros no debería ser considerado un lujo ni una costumbre del pasado. En un mundo donde la soledad se ha convertido en una epidemia silenciosa, redescubrir el valor de la mesa compartida puede ser un acto de resistencia. Según el World Happiness Report, los países donde más se come en compañía reportan mayores niveles de apoyo social y reciprocidad, así como menores índices de aislamiento. Este fenómeno pone de manifiesto que el acto de sentarse juntos a comer va mucho más allá de simplemente nutrirse; es, quizás, uno de los gestos más antiguos y efectivos contra la soledad.
La comensalidad, por lo tanto, no solo es un acto de alimentación, sino un ritual que fortalece los lazos sociales y emocionales. En un mundo que avanza rápidamente hacia la individualidad, recuperar la práctica de compartir comidas puede ser una forma poderosa de combatir la soledad y fomentar el bienestar colectivo.